Seguramente más de alguno estará de acuerdo conmigo en que las vocales nacieron junto con el fuego -¡Ah! y muy importante-, en español.
Obviamente, el hombre aún no había inventado el lenguaje –a excepción de el de señas para comunicarse-. Todo sucedió así: …
Lo más probable es que un par de cavernícolas hubieran andado de cacería, cuando de pronto un rayo cayó cerca de ellos provocando una pequeña llama, lo cual los hizo exclamar con admiración: ¡A!
(Deben recordar que la “h” tampoco se había inventado para añadirla y demostrar sorpresa).
Uno de ellos, seguramente extrañado, imagino yo; rascándose la cabeza, dijo: ¿E? (También sin “h”).
Su compañero, que desconocía por completo las bondades de este elemento, trató de tocarlo y al quemarse, gritó: ¡I…! (Supongo que hubiera querido gritar: “inga tu… ) Bueno. Ustedes me entienden.
Su amigo, aún confundido y asombrado, debió haber exclamado: ¡O!
El que se había quemado, señalando a su acompañante, le debe haber dicho: ¡U!,
dándole a entender que también lo tocara. A lo que el otro, que era un poco más listo, contestó: ¡Ah! Quieres que también me queme, ¿verdad?